jueves, 23 de febrero de 2012

¿Chirolitas?

Desde hace unos años, chirolita suena desagradable. Más aún en plural. Y mucho más todavía en boca de un dirigente que conduce la principal organización sindical del país, con cientos de miles de afiliados. Ocurre que las palabras tienen vida; tienen historia. Y ésta que nos ocupa ya no es mas ese vocablo simpático que nos llevaba directo a la imagen de aquel muñeco tierno, parlanchín y atrevido, obra del ventrílocuo Ricardo Gamero (Mister Chasman), fallecido en 1999.

Chirolita le espetaron a Néstor Kirchner en el 2003. “Chirolita de Duhalde”, le dijeron. Sin duda para hacer pie en la debilidad del 22% que obtuvo en primera (y única) vuelta y estimular así el escepticismo general ante un proyecto incipiente y un líder cuasi desconocido. Claudio Escribano, vocero de los patrones más poderosos, tuvo por misión arremeter a fondo con el objetivo de sacar provecho de esas circunstancias.

En una reunión a solas, antes de que asumiera (Menem se había bajado del ballotage), le presentó al designado presidente Kirchner el pliego con las exigencias de los oligarcas, las corporaciones económicas y “la embajada”. Como remache, lo amenazó con no darle más de un año de gobierno si    no cumplía. Sabemos cómo le fue al señor Escribano en el intento.

Luego siguió aquello del doble comando: “Néstor Kirchner no es el que toma las decisiones, sino su esposa”. De chirolita de Duhalde, pasó a serlo de Cristina. Pero el doble comando, para el relato reaccionario, tenía la virtud de ser reversible. A partir del 2007, cuando fue elegida presidenta, Cristina Fernández de Kirchner se convirtió en chirolita de su esposo. Para los medios más     influyentes y para muchos políticos opositores, CFK no era más que “una figura decorativa”, ya que Néstor era “el verdadero poder detrás del trono”.

Peor, llegaron a decir: “los especialistas debaten si CFK puede gobernar, dado que padecería un trastorno psiquiátrico”, “según un psiquiatra que la ha tratado, sufriría de trastorno bipolar”.

No fue precisamente por incapacidad para gobernar que los oligarcas trataron de destituirla en el          2008, y luego, apenas reelegida en octubre de 2011 con un abrumador apoyo popular, intentaron armarle un golpe de mercado provocando una fuerte corrida tras el billete verde.

Lo cierto es que desde el año 2003 la palabra chirolita fue usada para esmerilar la autoridad de       Néstor y de Cristina. Y hoy, al parecer, no van por menos. Motejar así a los funcionarios y        dirigentes que asumen con responsabilidad el liderazgo de la presidenta, es como darle una vuelta más de tuerca al uso negativo del vocablo, ya que, en una sola maniobra, se desconoce y descalifica tanto a la conducción del proceso en curso como a la militancia que lo lleva adelante. Lo que    necesariamente coincide con aquellas voces que, desde otras esferas de la vida nacional, han salido a denostar al intelectual militante (“el intelectual orgánico no puede pensar, no tiene libertad”).

Por cierto, no es éste un debate nuevo.

Pero tampoco es casual que reaparezca  en momentos como los que estamos viviendo en el país. Cuando la compañera Cristina, indiscutible conductora de todo el pueblo, da un nuevo impulso, con  su imprescindible aval político, a debates que pueden sacudir a fondo estructuras jurídicas y de negocios heredadas del período neoliberal, llama a las bases a organizarse profundamente para defender el rumbo, y habilita espacios institucionales, ejecutivos y parlamentarios, a la juventud militante.  

Cuando no son pocos los que en el campo popular presienten cercana la ocasión de salir de la defensiva y se preparan para ir tomando cada vez más en sus manos la tarea de desatar los nudos que obstaculizan el desenvolvimiento de la sociedad. Y cuando más y más jóvenes se incorporan a la          política y la conciben como la herramienta indispensable para transformar la realidad.

Porque contrariamente a lo que le sucede a uno de los personajes de las inolvidables “Crónicas          del ángel gris” (*), que quería vivir todas las vidas y estaba condenado a transitar solamente por una, la militancia en el campo popular ensancha los límites de la libertad, desborda el marco de la individualidad del militante al punto que éste se potencia en el pensamiento y en la acción. Su participación activa en el colectivo al que pertenece le permite “vivir muchas vidas” (sindical,          barrial, estudiantil, cooperativa, institucional, cultural). Tantas como frentes de masas (y ámbitos          de trabajo, y espacios de debate, y formas de organización), el colectivo logre contener y expresar. Y tantas más aún cuánto mayor sea la democracia y mejor la distribución de la riqueza, en beneficio de las mayorías ciudadanas, que logremos alcanzar.

Por eso, no dudamos en señalar con sano orgullo: ¿Chirolitas? No, militantes. Unos, como Néstor en su momento y hoy Cristina, ejerciendo con firmeza una responsable, necesaria y merecida     conducción. Y otros, cada cual en el lugar que le toque, trabajando conciente y disciplinadamente para desarrollar y fortalecer la unidad y la organización popular. “Todos a una”, con la fuerza del colectivo, de miles de colectivos militantes adecuadamente coordinados, para el éxito del proyecto nacional, popular y democrático, y por la integración latinoamericana. Para la felicidad de todo el pueblo. Por la liberación de la Patria.